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En 1968 un grupo de arqueólogos halló en Giv'at Ha-Mitvar (al noroeste de Jerusalén), la tumba de un hombre que había muerto crucificado. Las marcas de violencia eran solo patentes en sus talones, atravesados por un clavo de 18 centímetros; en sus muñecas taladradas; y en sus tibias y peronés intencionadamente rotos a la altura del tercio inferior y radio derecho, que presenta una fisura por clavo. El osario en que se hallaron estos restos, con la leyenda "Johannan ben Haggol" (Juan, hijo de Haggol) posee un valor arqueológico y exegético extraordinario. Y el hecho de que no descubriesen otras evidencias de tortura en "Juan el Crucificado", que según los expertos murió a la edad de entre 24 y 28 años, también resultan de gran valor teológico por algo que explicaré más adelante.
Reconstruida por los técnicos la posición de Juan en la cruz sería la siguiente: piernas colocadas una sobre otra ligeramente flexionadas. Los pies, juntos por los talones, son atravesados por un solo clavo (lo que confirmaría la tradición de los tres clavos en la cruz, y no cuatro como han supuesto algunos autores). La caja torácica levemente contorneada y los brazos fijados al palo horizontal (stipe) mediante dos clavos que atraviesan los antebrazos.
Además de "Juan hijo de Haggol", los arqueólogos han encontrado otras evidencias de la muerte en cruz. Por ejemplo, en unas excavaciones realizadas en 1940, en Herculano y Pompeya, fueron descubiertas varias cruces litúrgicas. Dado que estas antiguas villas veraniegas romanas fueron sepultadas por el Vesubio -según carta de Plinio El Joven a Tacito- el 24 de agosto del año 79, estas cruces se suponen bastante más antiguas que ese año, y tal vez fueron contemporáneas a la utilizada contra Jesús de Nazaret. Pero esto no quiere decir que sean exactamente iguales a la cruz de Jesús, ya que se han catalogado 385 tipos de cruces diferentes.
Algunos teólogos afirman que la cruz es anterior a Jesús basándose simplemente en el texto evangélico. en Mt. 16-24 leemos: "El que quiera venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame".
Respecto a la cruz empleada en la muerte del fundador del Cristianismo, los autores plantean dos hipótesis fundamentales; la cruz Tau (en forma de T) y la cruz latina, clásica representación de la imaginería popular.
Los partidarios de la cruz Tau alegan que este tipo de cruz era la más utilizada en la antigua Roma, pero los detractores de esta hipótesis argumentan que esto no es posible, ya que el texto evangélico afirma que fue colocado un letrero con las iniciales INRI (Jesús Nazareno Rey de los Judíos) en la parte superior de la cruz, sobre la cabeza de Jesús (Mt. 27-37, Lc. 23-38, y Jn 19-19), y esto es imposible en una cruz Tau que no tiene extremo superior.
La hipótesis más popular es que Jesús hubiese sufrido calvario en la clásica cruz latina, pero no la típica y estilizada cruz artesana que la iconografía religiosa plantea.
Con seguridad la cruz en que murió Jesús de Nazaret no estaba construida con dos pulidos tablones perfectamente ensamblados, ya que los árboles de Jerusalén (pinos primordialmente) eran demasiado enclenques para partir unos tablones lo suficientemente grandes para confeccionar una cruz mortuoria. Por otro lado, pulir, lijar y luchar contra los nudos de la madera era algo demasiado complicado para confeccionar una herramienta de muerte considerada maldita, y que la mayoría de las veces sería pasto de las llamas debido a las supersticiones populares que rodeaban aquellas despiadadas formas de tortura.
Los romanos denominaban genéricamente "crux" a todo instrumento de suplicio en que, el condenado a la pena capital, era fijado, alzado y sometido a una muerte lenta y cruel.
Justo Lipsio, el filósofo flamenco del siglo XVI, amigo de Quevedo y gran conocedor de los clásicos, sostenía con otros historiadores esta opinión. En este sentido la palabra latina "crux" significa simplemente tormento, martirio, y "cruciare" atormentar.
Según autores como M. Hernán, los romanos despreciaban a los reos de crucifixión. Tras dejarles un par de días para despedirse de sus familiares y zanjar sus deudas, eran conducidos, sin ningún tipo de tormento o tortura adicional, al lugar en que eran crucificados. No se desperdiciaba tiempo ni energía en el condenado a la muerte en cruz. Recordemos que "Juan el Crucificado" no presentaba más síntoma de tortura que los clavos que lo fijaban a la madera y la rotura de las piernas. Explicaré después porqué.
Era tal el desprecio sentido para con los crucificados, que esta humillante tortura era reservada a los criminales de más baja ralea. Un condenado que pudiese mostrar el "Civis romanus sum" -salvoconducto que demostrase su ciudadanía romana- disfrutaría del "privilegio" de ser decapitado. Ejecución más digna, rápida y "humanitaria", que la agonía lenta e insoportable de la crucifixión.
Desde el punto de vista teológico el hecho de que Jesús (entendiendo a Jesús como Dios hecho carne, según el Magisterio Extraordinario de la Iglesia Católica) escogiese morir en la cruz alcanza dimensiones de trascendencia cósmicas.
De no poder demostrar su ciudadanía romana, y ser condenado a la cruz, el reo habría de cargar con el leño (casi siempre de pino vulgar) de unos 190 o 200 cm., llamado "stipes" hasta el lugar de ejecución. Una vez allí, tal y como llegaba atado al "stipes" era izado en el "patibulum" (parte horizontal de la cruz que podía ser un tronco clavado allí, o un árbol al que se habían podado las ramas), utilizando cuerdas que pasaban por encima de dicho tronco. Una vez izado se fijaban ambos troncos, "stipes y patibulum" (que ya adoptan la forma de cruz latina clásica) y se dejaba al crucificado morir lentamente de hambre, sed, insolación, dolor, asfixia, etc.
No solía descenderse el cuerpo del crucificado hasta que había sido totalmente descompuesto, para que sirviese de ejemplo y advertencia al pueblo.
En conjunto la cruz era bastante baja, y el reo podía tardar entre 3 y 5 días en morir. En ese tiempo los crucificados solían ser atacados, y sus extremidades inferiores parcialmente devoradas por las alimañas, por lo que con el tiempo, en una muestra de paradójica "misericordia", los ejecutores decidieron hacer las cruces un poco más altas, alargando la agonía del crucificado.
Posteriormente los verdugos adoptarían la "piadosa" medida de romper las piernas del crucificado, con lo cual el cuerpo quedaba suspendió exclusivamente de los clavos de las muñecas.
Según han experimentado médicos forenses, un cuerpo humano en esta situación sufre una asfixia gradual, y para obtener cada bocanada de aire el crucificado ha de izarse a pulso sobre los clavos, que desgarran la carne y los nervios del antebrazo. Y tras cada titánico esfuerzo para respirar una vez más, el cuerpo vuelve a caer suspendido de los brazos, al no poder sostenerse sobre las piernas rotas. Así, en pocos minutos, el crucificado muere por asfixia.
Actualmente algunos fanáticos y fervorosos cristianos son crucificados voluntariamente, como ocurre en Semana Santa en Filipinas, siendo clavados por las palmas de las manos en lugar de por las muñecas. Evidentemente sus palmas resisten el peso del cuerpo ya que este reposa sobre un pedestal en que apoyan sus pies. De ser rotas sus piernas, como ocurría en la crucifixión romana, sus manos se rasgarían ante el peso del cuerpo.
Y esto nos conduce a otro aspecto sintomático de la crucifixión. Los místicos de todos los tiempos han presentado los estigmas de la pasión de Cristo con heridas en las palmas de sus manos. Esas heridas tienen relación con arquetipos de la imaginería popular clásica y contemporánea, igual que los penitentes filipinos actuales, pero no tiene nada que ver con la crucifixión histórica. Parapsicólogos de tanto prestigio como el conocido Dr. Milan Ryzl, han dedicado volúmenes monográficos, como "La revelación bíblica y la parapsicología" al respecto.
Los romanos denominaban genéricamente "crux" a todo instrumento de suplicio en que, el condenado a la pena capital, era fijado, alzado y sometido a una muerte lenta y cruel.
Justo Lipsio, el filósofo flamenco del siglo XVI, amigo de Quevedo y gran conocedor de los clásicos, sostenía con otros historiadores esta opinión. En este sentido la palabra latina "crux" significa simplemente tormento, martirio, y "cruciare" atormentar.
Según autores como M. Hernán, los romanos despreciaban a los reos de crucifixión. Tras dejarles un par de días para despedirse de sus familiares y zanjar sus deudas, eran conducidos, sin ningún tipo de tormento o tortura adicional, al lugar en que eran crucificados. No se desperdiciaba tiempo ni energía en el condenado a la muerte en cruz. Recordemos que "Juan el Crucificado" no presentaba más síntoma de tortura que los clavos que lo fijaban a la madera y la rotura de las piernas. Explicaré después porqué.
Era tal el desprecio sentido para con los crucificados, que esta humillante tortura era reservada a los criminales de más baja ralea. Un condenado que pudiese mostrar el "Civis romanus sum" -salvoconducto que demostrase su ciudadanía romana- disfrutaría del "privilegio" de ser decapitado. Ejecución más digna, rápida y "humanitaria", que la agonía lenta e insoportable de la crucifixión.
Desde el punto de vista teológico el hecho de que Jesús (entendiendo a Jesús como Dios hecho carne, según el Magisterio Extraordinario de la Iglesia Católica) escogiese morir en la cruz alcanza dimensiones de trascendencia cósmicas.
De no poder demostrar su ciudadanía romana, y ser condenado a la cruz, el reo habría de cargar con el leño (casi siempre de pino vulgar) de unos 190 o 200 cm., llamado "stipes" hasta el lugar de ejecución. Una vez allí, tal y como llegaba atado al "stipes" era izado en el "patibulum" (parte horizontal de la cruz que podía ser un tronco clavado allí, o un árbol al que se habían podado las ramas), utilizando cuerdas que pasaban por encima de dicho tronco. Una vez izado se fijaban ambos troncos, "stipes y patibulum" (que ya adoptan la forma de cruz latina clásica) y se dejaba al crucificado morir lentamente de hambre, sed, insolación, dolor, asfixia, etc.
No solía descenderse el cuerpo del crucificado hasta que había sido totalmente descompuesto, para que sirviese de ejemplo y advertencia al pueblo.
En conjunto la cruz era bastante baja, y el reo podía tardar entre 3 y 5 días en morir. En ese tiempo los crucificados solían ser atacados, y sus extremidades inferiores parcialmente devoradas por las alimañas, por lo que con el tiempo, en una muestra de paradójica "misericordia", los ejecutores decidieron hacer las cruces un poco más altas, alargando la agonía del crucificado.
Posteriormente los verdugos adoptarían la "piadosa" medida de romper las piernas del crucificado, con lo cual el cuerpo quedaba suspendió exclusivamente de los clavos de las muñecas.
Según han experimentado médicos forenses, un cuerpo humano en esta situación sufre una asfixia gradual, y para obtener cada bocanada de aire el crucificado ha de izarse a pulso sobre los clavos, que desgarran la carne y los nervios del antebrazo. Y tras cada titánico esfuerzo para respirar una vez más, el cuerpo vuelve a caer suspendido de los brazos, al no poder sostenerse sobre las piernas rotas. Así, en pocos minutos, el crucificado muere por asfixia.
Actualmente algunos fanáticos y fervorosos cristianos son crucificados voluntariamente, como ocurre en Semana Santa en Filipinas, siendo clavados por las palmas de las manos en lugar de por las muñecas. Evidentemente sus palmas resisten el peso del cuerpo ya que este reposa sobre un pedestal en que apoyan sus pies. De ser rotas sus piernas, como ocurría en la crucifixión romana, sus manos se rasgarían ante el peso del cuerpo.
Y esto nos conduce a otro aspecto sintomático de la crucifixión. Los místicos de todos los tiempos han presentado los estigmas de la pasión de Cristo con heridas en las palmas de sus manos. Esas heridas tienen relación con arquetipos de la imaginería popular clásica y contemporánea, igual que los penitentes filipinos actuales, pero no tiene nada que ver con la crucifixión histórica. Parapsicólogos de tanto prestigio como el conocido Dr. Milan Ryzl, han dedicado volúmenes monográficos, como "La revelación bíblica y la parapsicología" al respecto.
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