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Lamentablemente no todos los supuestos fenómenos sobrenaturales que los primeros misioneros presenciaron en la India y que muchos turistas o incluso nativos continúan presenciando actualmente tienen una explicación científica elegante y constructiva.
Los paseantes del fuego pueden llegar a creer —de hecho estoy seguro de que lo hacen— que una causa sobrenatural es la que está detrás del prodigio. Como pueden llegar a creerlo los estigmatizados cristianos, los penitentes judíos o los místicos sufíes. Cada una de esas expresiones de los fenómenos místicos merecería todo un estudio monográfico. Pero éste no es el momento. Hay algo más urgente.
En la India, como en todo el mundo, existen otros «hacedores de milagros» que no deben sus poderes a ningún fenómeno natural sino al engaño. Igual que los magos del faraón, como Djedi, o las triquiñuelas de los brujos africanos, muchos swamis, sannyasis, gurús, shadus, babas y santones hindúes utilizan el ilusionismo para falsear sus supuestos poderes paranormales.
Papu, el «churrumago», es un niño de unos doce años de edad que se busca la vida en las calles de Jaipur. Y no a base de mendigar, sino desarrollando un trabajo tan honrado como otro cualquiera. Papu es prestidigitador, y no de los peores. Conocí a Papu al día siguiente del festival Teej.
Estratégicamente apostado en la plaza más céntrica de Jaipur, ofrecía sus servicios a los turistas, sin previo aviso y confiando en que su simpatía y habilidad arrancarían una sonrisa, y algunas rupias, al forastero. Por eso Papu no tenía ningún pudor en asaltar a los extranjeros en la recepción de su hotel, en el autobús, en la cafetería, en el tren...
Este pequeño Harry Potter hindú se colaba en el lugar con una habilidad digna de Houdini y asombraba a todos los presentes con divertidos juegos de manos, forzajes, empalmes y todas las técnicas que ha de dominar un buen ilusionista. Y a cambio de sus sencillos pero meritorios efectos mágicos, y sobre todo de su simpatía, el pequeño mago conseguía hacerse con algún dinero. Sin duda el mismísimo san Juan Bosco velaba por aquel niño.
Papu había aprendido magia gracias a una pintoresca asociación que tiene muchas similitudes con las iglesias evangélicas. Alquilan pequeños autobuses o furgonetas, que equipan con cuatro potentes altavoces en el tejado. Visten el vehículo con llamativas pancartas de colores y viajan por toda la India con su singular show. Al llegar a una aldea hacen tronar sus megáfonos, tocan los tambores y llaman a todo el pueblo para que acuda a la plaza principal. Una vez reunidas entre doscientas y quinientas personas, comienzan su espectáculo. Pero no se trata de una compañía de teatro, ni tampoco de unos misioneros apostólicos. Al menos no exactamente. Se trata de un grupo de magos, psicólogos, filósofos y científicos escépticos que intentan demostrar que la mayor parte de los gurús hindúes son un fraude.
Los racionalistas hindúes, a diferencia de otros autodenominados escépticos, están entregados en cuerpo y alma a una «cruzada social» que no he conocido en ningún otro rincón del planeta. Como ya adelanté en mi libro Los peligros del esoterismo (Contrastes, 1995), donde exponía todos los fraudes, adicciones y estafas del mundo paranormal, las leyes de la oferta y la demanda en los media europeos han posibilitado un fenómeno divertido, el de los «escépticos profesionales», generalmente licenciados universitarios (o no) que por estar en paro o por un sobresueldo acuden a los platós de televisión para rebatir a videntes, curanderos, médiums, etc., cobrando las mismas prebendas que los vendedores de misterios. Unos y otros se reparten el pastel, aunque ninguno de ambos aporte ni un solo argumento o investigación personal al tema de debate.
Ni esos «creyentes» ni esos «escépticos» enriquecen nuestro conocimiento del mundo ni han solucionado un solo misterio. Es una forma de imitar los falsos debates de los periodistas del corazón: sobre si Tom Cruise está o no está enamorado de Katie Holmes o continúa prendado de Nicole Kidman, pero en el terreno paranormal. Mientras haya debate, todos ganan. Aun con todo, los escépticos hindúes van mucho más allá. Ellos sí sudan la camiseta.
El periodista y mago Sanal Edamaraku, por ejemplo, es el impulsor de uno de los proyectos de la Asociación Racionalista India, que este año aspira a visitar cien distritos del país con sus destartalados minibuses. Edamaraku y sus compañeros intentan explicar a sus paisanos que los supuestos poderes de muchos babas son sólo trucos de ilusionismo. Y la mejor forma de explicar ese mensaje es reproduciendo dichos trucos. Lo sé por experiencia. Así que, de pronto, la plaza de la aldea se convierte en un improvisado escenario donde Edamaraku y sus colaboradores caminan descalzos sobre las brasas, se atraviesan el cuerpo con ganchos y la lengua o las mejillas con agujas, se tragan bolas de fuego, crean llamas de la nada, etc. En realidad los garfios con que atraviesan sus cuerpos, para luego arrastrar un carro o un coche con cuerdas atadas a esos ganchos, no producen ningún dolor, ya que son clavados en una parte de la espalda donde la piel soporta perfectamente hasta ochenta kilogramos de peso y no hay terminaciones nerviosas. Las agujas que atraviesan la cara lo hacen en una zona sin vasos sanguíneos ni nervios. Las bolas de fuego son trozos de alcanfor, que arde a bajas temperaturas y que se apaga con el dióxido de carbono del aliento en cuanto el mago cierra la boca. Las llamas mágicas se consiguen tratando el papel con pergamanato de potasio y vertiendo después en un cuenco un líquido incoloro que se dice agua y en realidad es glicerina. El contacto de las dos sustancias hace que el papel comience a arder «milagrosamente»... La lista de ejemplos es demasiado extensa.
La Asociación Racionalista India es una excepción en los grupos escépticos internacionales. No sólo porque realizan un trabajo in situ, que no realiza ninguna asociación similar, sino porque su infraestructura presenta también aspectos más cuestionables y más semejantes a una secta de las que intentan combatir que a una organización académica. Por ejemplo, dichos racionalistas, sobre todo en lugares como Calcuta y Bombay, mantienen talleres de artes marciales y aprenden defensa personal, argumentando que «como no podemos llevar armas, debemos aprender a defendernos porque a veces los seguidores de los gurús desenmascarados son muy violentos». Insólito argumento, aunque no deje de reflejar una realidad social.
Yo sé mejor que nadie las amenazas, insultos y presiones que pueden ocasionar los trabajos de desenmascaramiento de gurús. Llevo demasiados años desenmascarando videntes, médiums, curanderos, etc., que estafaban a sus clientes y que terminaron en prisión por ello, o dando cursos y conferencias de formación en academias de policía, universidades, etc., sobre los fraudes paranormales. Esa lucha contra la manipulación de las creencias incluso le supuso una agresión grave a mi propio padre por un individuo que decía obedecer órdenes del diablo, justo después de la publicación de mi libro El síndrome del Maligno, el primer estudio realizado en España sobre los cultos satánicos.
Sin embargo la medida de la Asociación Racionalista India me parece exagerada. Y digo esto aunque yo mismo me vi obligado a utilizar la violencia una vez, cuando descubrí cómo «materializaban» los demonios en Haití un grupo de brujos vudús. Aquella aventura, a cuarenta kilómetros de Puerto Príncipe, estuvo a punto de costarme la vida a mí y a mi acompañante. Así que, aunque reprocho toda forma de violencia, puedo comprender —nunca justificar— también este aspecto de los desenmascaradores de gurús.
En su defensa, los racionalistas hindúes aseguran haber sido víctimas de peligrosos sabotajes cuando realizan sus demostraciones para explicar que los poderes de los swamis y los babas pueden no ser tales. Por ejemplo, cuando les arrojan azúcar a las brasas sobre las que caminarán descalzos para que al derretirse se pegue a los pies, produciéndoles quemaduras que los falsos gurús atribuirán a la venganza de los dioses por su incredulidad. Sin duda es meritoria por tanto la lucha que desarrollan en India personajes como el filósofo Jyoti Datta, el psicólogo Prabir Ghosh, el ilusionista C. Sorcar, el abogado K. Balgopal o, sobre todo, el ex devoto y veterano desmitificador de gurús Basava Premanand.
Aunque su aspecto es el de uno de ellos —larga cabellera completamente cana, y barba más larga y blanca aún, cuerpo enjuto y fibroso, rostro afilado tocado por unas gruesas gafas de pasta que le confieren un aspecto todavía más erudito—, Premanand es todo lo contrario a un santón. Nacido en 1931 en una familia hindú practicante, durante los primeros veinticinco años de su vida viajó por toda la India buscando a un gurú que lo iniciase las los secretos místicos, descubriendo, para angustia de su fe, que todos los que conoció utilizaban el ilusionismo para falsear sus supuestos poderes. Conozco la sensación por experiencia propia.
Entonces Premanand se embarcó en una cruzada personal para desenmascarar a faquires, babas, swamis, sannyasis, gurús y santones por todo el país. Haciendo demostraciones públicas de cómo, con los suficientes conocimientos de prestidigitación, se puede simular cualquier fenómeno paranormal. Y editando, sin medios ni presupuesto, una pequeña revista o boletín sobre los aspectos menos amables del mundo sobrenatural. También conozco todas esas sensaciones por experiencia propia. Yo llevo doce años realizando una publicación crítica sobre fraudes, sectas y demás en España. Durante el último medio siglo Premanand ha descubierto hasta mil quinientos milagros fraudulentos, de los que da noticia en su propio boletín escéptico. Además ha impartido cerca de siete mil conferencias sobre falsos gurús y es autor de hasta treinta libros en malayalam y seis en inglés.
Confieso que yo, en su día, me inspiré en los métodos de Premanand para realizar las demostraciones públicas que vengo haciendo en programas, congresos, seminarios, etc., de cómo la magia y el ilusionismo, sobre todo el mentalismo, pueden reproducir cualquier fenómeno paranormal. Que nosotros podamos reproducir con trucos absolutamente cualquier fenómeno místico, y superarlo, no significa, por supuesto, que todos ellos sean fraudes. De hecho, caminar sobre el fuego no es un engaño, sino una mistificación de un fenómeno físico. Pero no puedo comprender que alguien que se autodefina como investigador de lo sobrenatural no posea conocimientos de magia. Es la única forma de averiguar si el supuesto gurú es un estafador. Y en la India, por desgracia, hay tantos falsos santones como pobres.
No es el momento de explicar cuál ha sido mi dilatada experiencia desenmascarando falsos videntes, falsos escépticos, falsos médiums, falsos curanderos, falsos estigmatizados y demás fraudes relacionados con las creencias. Para eso están mis libros, mi publicación El Ojo Crítico y la página web http://elojocritico.info/ donde colaboro divulgando gratuitamente ese trabajo. Pero sí diré que muchos de los falsos místicos que he pillado haciendo trucos, como el famoso «psíquico», actor y presentador argentino Ricardo Schiaritti, me decían lo mismo una vez descubiertos en plena ejecución del truco: «Lo hago por mis clientes, porque necesitan creer en mí para auto-curarse». Sólo Premanand y sus colaboradores, únicos activistas escépticos que merecen mi respeto, entenderán mi frustración porque sé que ellos han escuchado esas mismas palabras en infinidad de ocasiones. Sin embargo, las cir-cunstancias de un falso místico como Schiaritti y las de la mayoría de gurús hindúes son distintas.
No justificaré jamás que una persona manipule las creencias más íntimas de los seres humanos. Sin embargo, confieso que he llegado a ver hasta con cierta simpatía a los faquires de cualquier ciudad de la India que consiguen timar unas rupias a los turistas (nunca a sus paisanos) con el truco de la cuerda levitadora, la cama de clavos o los tragadores de fuego. Otra cosa es que el supuesto santón se meta a médico y afirme curar dolencias que no son psicosomáticas. En esos casos los racionalistas hindúes no tienen piedad, y confieso que hasta a mí, que tengo experiencia enfrentándome a todo tipo de parásitos del misterio, me han resultado chocantes esos enfrentamientos. No falta la violencia, a veces no sólo verbal. De ahí que estos activistas cursen estudios de defensa personal y mantengan una actitud que, a ojos de un observador ajeno, podría parecer tan sectaria como las que intentan combatir. Pese a ello, creo que su labor es encomiable. Y sería perfecta si pudiesen omitir la violencia de sus campañas.
Lo que no saben los racionalistas hindúes es que desde la actuación de Djedi ante el faraón Keops recogida en el Papiro Westcar, el ilusionismo ha sido utilizado por sacerdotes, místicos y visionarios de todas las culturas. La India no es la excepción que suponen.
A pesar de que los milagros sean un requisito para la beatificación y canonización en el catolicismo, como lo son para la divinización de un lama budista o un swami hindú, es curioso que todos los místicos «auténticos» de todas las religiones coincidan en desestimar los «prodigios» que supuestamente protagonizaban. Desde santa Teresa de Ávila al Siddharta Gautama, pasando por Gurú Nanak, todos los grandes contemplativos desprecian los supuestos poderes sobrenaturales como una distracción para la evolución espiritual.
Cuenta una leyenda que cuando el Buda recorría la India se encontró con un asceta al lado de un río. El asceta declaró que llevaba cuarenta años manteniéndose en pie sobre una pierna como promesa, y que así había desarrollado el shidhi (poder) para caminar sobre las aguas. A esto el Buda le respondió: «¿Por qué has perdido cuarenta años de tu vida para caminar sobre el río si tienes un bote amarrado en la orilla?». Está claro que hay otro tipo de «milagros» mucho más reales y verdaderamente trascendentes que los atractivos shidhis.
Desde el día de su nacimiento, en 1350, y hasta el de su muerte, en 1410, el fraile dominico san Vicente Ferrer, el «ángel del Juicio», ejerció el apostolado por toda Europa. Según los cronistas de la Iglesia, sus predicaciones en Escocia, Suiza, Francia, Irlanda, Italia y otros países eran seguidas por infinidad de tullidos, ciegos y otros enfermos que él sanaba milagrosamente. Sin embargo, en pleno siglo XX otro Vicente Ferrer, esta vez jesuita, llegó a la India para hacer otro tipo de milagros. Este Ferrer no sana por intercesión divina a los enfermos, sino atendiéndolos, cuidándolos y dejándose la piel en cada uno con sus manos desnudas.
Vicente Ferrer nació en Barcelona el 9 de abril de 1920. Con dieciséis años fue llamado a las filas republicanas. Al terminar la guerra comenzó a estudiar derecho, y como el fundador de la que sería su orden, terminó cambiando las armas por la cruz.
El homónimo del santo dominico ingresó en la Compañía de Jesús y en 1952 llegó a la India. Al ver la situación de los intocables, Vicente Ferrer también concluyó que «un estómago vacío no puede pensar en Dios» y fundó escuelas, comedores, internados... Y se olvidó de las conversiones.
Terminó dejando la Compañía de Jesús, y en 1998 ganó el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia. Sin desmerecer al domico, Ferrer el ex jesuita, como Teresa de Calcuta, obra milagros mucho importantes, trascendentes y veraces que todos los babas, swamis y sannyasis de la India. Prodigios sociales. Éstos son los milagros en los que creo.
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