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Hay mucho que ver en Delhi, es verdad, pero en el resto de la India también. Así que, tras recoger las maletas, inicié el viaje hacia otros rincones del país. Y saliendo de Delhi, a muy pocos kilómetros de la capital de la India se encuentra un lugar de visita obligada para todo viajero, especialmente para alguien seducido por los misterios del pasado. Se trata del complejo arqueológico de Qutb Minar. Allí se encuentran los restos de la primera ciudad islámica de Delhi. Su primer sultán, Qutb Al Din Aibak, construyó, entre 1192 y 1198, una mezquita singular.
Los conquistadores musulmanes, que como todos los grandes guerreros creían que destruyendo los altares arrancarían a los antiguos dioses del espíritu de los conquistados, demolieron veintisiete templos hindúes y jainistas de Qutb Minar, utilizando sus fragmentos para la construcción de la mezquita. Gracias a, o por culpa de, ese mestizaje de piedra hindú con arquitectura islámica hoy podemos admirar un collage de estilos donde las columnas hinduistas se mezclan con las típicas fachadas y arcos árabes. Antiguas inscripciones védicas se confunden con párrafos del Corán en unas fachadas labradas con filigranas y adornos florales, en las que loros multicolores anidan a sus anchas.
Ni que decir tiene que la cámara fotográfica del viajero pedirá a gritos salir de la bolsa para empezar a disparar en todas direcciones. Uno podría llegar a pensar que cuando el filósofo alemán Arthur Schopenhauer dijo: «La arquitectura es una música congelada» pensaba en este lugar.
En el complejo de Qutb Minar hay muchas cosas que ver además de la mezquita: la puerta de Alai Darwaza, la madrasa Al Din Khalji, o las tumbas del imam Zamin y de Iltutmish, esta última con un espectacular sarcófago que destaca en una cripta de arenisca, rica en relieves pese al derrumbamiento de la cúpula que la protegía. Pero lo que obviamente destaca en Qutb Minar, por encima de todo lo demás, es su Torre de la Victoria, el minarete islámico más alto del mundo.
Este gigantesco cono, de más de setenta metros de altura, presenta una base de quince metros de diámetro que va menguando hasta alcanzar un diámetro de dos metros y medio en su parte más alta. La Torre de la Victoria de Qutb Minar tiene cinco niveles tan diferenciados como los diferentes constructores que tuvo.
En realidad su construcción la inició Qutb Al Din Aibak en 1199 después de terminar su mezquita, pero sólo concluyó el primer nivel. Iltutmish, su sucesor, continuó edificando el segundo nivel, y así sucesivamente. El shah Firuz Tugluq añadió la cúpula que la corona en 1368, dando por concluida la construcción. Pero un terremoto la dañó gravemente en 1803, siendo reconstruida veintiséis años después por los ingleses. El minarete más alto del mundo es admirado por todos los turistas que visitan Qutb Minar. Sin embargo, confieso que mi objetivo en el complejo arqueológico era otro.
Así que crucé el patio de la mezquita, dejando a mi izquierda la Torre de la Victoria para dirigirme a la parte trasera del sitio. Y no tardé ni dos minutos en localizarlo, rodeado por un grupo de turistas que se hacían fotos compulsivamente al lado de aquel «objeto imposible». Un enigma que encabezaba mi lista de misterios pendientes en la India. Una prueba irrefutable, según numerosos autores, de la existencia de una tecnología inexplicable en el pasado.
Uno de los mitos astroarqueológicos más recurrentes en todos los libros y artículos sobre incógnitas de la historia. Y no me refiero ya a pintorescos petroglifos, o pinturas rupestres más o menos sugerentes, ni a relatos extraídos de textos sagrados que uno puede interpretar como más le convenga. Mi objetivo en Qutb Minar era una supuesta evidencia de conocimientos metalúrgicos inexplicables en el pasado de la India. Una prueba que podía tocar con mis propias manos. Una evidencia de siete metros de altura y seis toneladas de peso: el pilar inoxidable de Delhi.
El pilar «inoxidable» de Delhi alcanzó cierta notoriedad internacional desde que Erich von Dániken lo mencionó en su primera obra, Recuerdos del futuro, y la AAS en sus Ancient Skies. Esta columna de hierro fundido parece hecha a escala del torreón de Qutb Minar, midiendo casi una décima parte del mismo. Con siete metros de altura, uno y medio de diámetro y seis toneladas de peso, las fotos del pilar de Delhi (en realidad casi siempre una, la misma) han aparecido una y otra vez en infinidad de libros y artículos que defienden la teoría de los «dioses» extraterrestres. Sin embargo, muy pocos datos se añadían a lo que Dániken y la AAS publicaron en los años 70 y 80. De hecho, hasta que estuve frente a él, ignoraba que el contundente pilar de hierro forjado tenía una serie de inscripciones escritas sobre él. Es extraño que este hecho se haya obviado por el 99 por ciento de los autores que lo citan, ya que pocos elementos permiten datar mejor una pieza arqueológica que los textos escritos en ella.
Según los mismos autores, el pilar de Delhi era supuestamente un punto de veneración al que peregrinaban los devotos para cumplir con una tradición ancestral: colocarse con la espalda apoyada en el pilar e intentar rodearlo con los brazos hacia atrás. De conseguirlo, los dioses traerían fortuna al devoto... Sinceramente, a mí me parece una solemne majadería. Es verdad que existía la costumbre de rodear el pilar de Delhi con los brazos, pero, al menos según mis pesquisas, eran los turistas extranjeros los que se sometían a tan solemne chorrada, ayudados y alentados por los jóvenes nativos que les sacaban unas rupias por el servicio. Tiempo habrá de explicar hasta qué punto se ha desarrollado la imaginación de los indios para sacarle los dólares al turista a costa de supuestas tradiciones ancestrales que nunca existieron.
Dejando al margen ese intento, lógico, de conferir al pilar de Delhi algún simbolismo mágico-religioso que acentuase su carácter mistérico, lo cierto es que la gente (occidentales) se frotaban contra él, igual que los turistas arrojan monedas a las fuentes de la suerte de todo el mundo (como la famosa Fontana de Trevi), que una vez a la semana los lugareños recogen y se gastan; lo que ciertamente aumenta su suerte, o su economía, con la ingenuidad de dichos turistas. Por pura superstición anecdótica. No obstante, no importa tanto el por qué como qué se frotaban. Y quizá por eso, cuando pude observarlo con detalle, no tardé en darme cuenta de que se apreciaba una diferencia obvia entre la superficie del pilar en sus primeros dos metros de altura y el resto de la columna metálica. Desgraciadamente, o por fortuna, hace unos años las autoridades situaron una barrera metálica alrededor del pilar que impide todo acercamiento, y me fue imposible tomar alguna muestra o analizarlo directamente. Así que cambié el zoom de la cámara digital (suelo llevar tres cámaras de fotos y dos de vídeo) por un objetivo de trescientos milímetros. Varié el menú, dando la máxima calidad a la impresión digital, y tomé todas las fotos necesarias. Poco más podía hacer en ese momento. Además, faltaban muy pocos días para que se celebrase un festival tradicional en Jaipur y no tenía intención de perdérmelo.
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