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Cartago puede parecer cualquier cosa menos una capital africana en un país oficialmente musulmán. Sus frondosos árboles y exuberantes jardines se hicieron muy famosos en la antigüedad, y sin duda contribuyeron al sobrenombre con el que se conoce a Túnez en el mundo árabe: Túnez «la verde», a causa de dicha vegetación.
Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979, esta ciudad, denominada «Reina de los Mares» por romanos, púnicos y griegos, se encuentra protegida por el golfo de Túnez, entre la Bahina y la Sebkha. Su fundación por una princesa llegada de Tiro está rodeada de leyendas, y así la relataba el historiador Justino:
"Es así como Elisa y su séquito llegaron finalmente sobre las playas arenosas de África, buscando la amistad de los indígenas, y éstos vieron la posibilidad de un provechoso tráfico con los recién llegados. La reina quiso comprar un trozo de terreno: tanto como lo que puede cubrir la piel de un buey, solicitó ella, con el fin de tomar un poco de reposo con sus compañeros, fatigados por la navegación.
Sin duda los africanos temieron que los extranjeros, numerosos, quisieran establecerse en las proximidades, pero la proposición les pareció muy modesta y aceptaron. Elisa recurrió entonces a una artimaña Hizo cortar la piel en finas correas y así pudo circunscribir más superficie de la que había aparentemente solicitado: de ahí procede el nombre de Byra (piel) dado más tarde a este lugar."
Por su parte, Apuleyo, historiador del siglo II d.C,, fue uno de los primeros en resaltar el notable crecimiento de la ciudad, hasta convenirse en la «patrona de un imperio marítimo», que llegó a conquistar infinidad de reinos y países:
«Los cartagineses dominaron muy lejos sobre el mar, y llevaron sus armas a Sicilia, Cerdeña, a otras islas de este mar y a España; enviaron por todas partes sus colonias. Por su poderío igualaron a los griegos; por sus riquezas, a los persas».
Poco después de la segunda guerra púnica, en torno al año 200 a.C., existían dos grandes bibliotecas en el «mundo civilizado»; dos templos del conocimiento que aglutinaban el saber de miles de años de historia: la Biblioteca de Alejandría, en el norte de Egipto, y la Biblioteca de Cartago. Esta última estaba considerada como la mejor biblioteca del mundo en cuanto a información sobre geografía, viajes y exploraciones náuticas, como no podía ser de otra forma. Fue destruida por los romanos bárbaros, en el 143, en la tercera guerra púnica, cuando arrasaron toda la ciudad. De allí desaparecieron quinientos mil volúmenes, que tardaron diecisiete días en quemarse completamente, en el nombre del magno imperio romano, estandarte de la civilización más avanzada en su época.
En esa catástrofe, de la que toda la humanidad somos víctimas, se perdieron volúmenes de un valor incalculable: como la epopeya de Nearco, que fue el primer viaje, protagonizado por audaces fenicios, circunnavegando África, pero en sentido contrario a Vasco da Gama. Lo que vieron, conocieron y descubrieron aquellos exploradores en su viaje ya nunca lo sabremos.
Lo que sí sabemos es que, por aquellas calles cartaginesas, transitaron a lo largo de los últimos siglos personajes relevantes en la historia moderna, tanto del mundo árabe como de las inmensas colonias del islam en Europa, África o Asia. Por ejemplo Aníbal, el todopoderoso conquistador que hizo hincar rodilla en tierra a Roma, tras cruzar los Alpes con su temible ejército armado con poderosos elefantes; Amílcar (290-228 a.C.), su padre, héroe de la primera guerra púnica y conquistador de la Hispania; Ibn Khaldun, alias Abenjaldún (1332-1406), historiador y filósofo considerado padre de la sociología en el mundo islámico, y que disfruta de una calle con su nombre en cada ciudad del país; Tahar Haddad (1899-1935), pensador reformista que dejó profundas huellas en la cultura con libros como Los trabajadores tunecinos y la aparición del movimiento sindical, o La mujer en la sociedad, y que tanto contribuyó a la sociedad tunecina que hoy conocemos, etc.
Y, por supuesto, nuestro familiar san Agustín. Considerado el más importante padre de la Iglesia de origen africano, san Agustín nació en Tagaste (Túnez) en 354. Después de una juventud desviada doctrinal y moralmente, se convirtió estando en Milán, y en el año 387 fue bautizado por el obispo san Ambrosio. Vuelto a su patria cartaginense, llevó una vida dedicada al ascetismo y fue elegido obispo de Hipona. Durante los treinta y cuatro años en que ejerció este ministerio, fue un modelo para su gente, a la que dio una sólida formación por medio de sus sermones y de sus numerosos escritos, con los que contribuyó en gran manera a una mayor profundización de la fe cristiana contra los errores doctrinales de su tiempo. Está entre los padres más influyentes de Occidente y sus escritos son de gran actualidad para los teólogos de todo el mundo. Murió en el año 430.
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